Es ese momento en el que descubrimos lo que antes no vimos. Una corriente nos empuja y ya no podemos volver atrás. Ese instante, cuando encendemos el interruptor de la luz o cuando tomamos una foto. Click. Algunas dormimos casi una década, otras, en solo una semana despiertan.
Con ese click, renunciamos a las telarañas de la indiferencia y frialdad. Del pecho nos arrebatamos todos los “clichosos” te voy a dejar en la calle, tú no puedes sola o ahora no la puedo dejar. ¡Un poco de creatividad, por favor!
Arrojamos al vacío los te amo que no escuchamos y la ausencia de ese cuerpo que se supone estuvo presente. Nos despojamos del diagnóstico de demencia y paranoia que tantas veces él estableció. Soltamos, porque solo nosotras estábamos aferradas a la soga. Nacimos porque estábamos muertas.
Es irrelevante si fuimos la que firmó los papeles legales o quien no tenía ningún derecho. Tampoco importa si parimos dos hijos o no existía ninguna responsabilidad familiar. No viene al caso si vivimos con él y a diario anhelamos un poco de caridad, porque igual las visitas eran solo de vez en cuando y venían acompañadas por la tradicional limosna.
El mundo se reveló ante nosotras. Ahora todas las imágenes son claras. Con el click, desaparecieron los signos de interrogación. ¡Ya llovió lo que iba a llover!
Yo, tú, ella, la otra y aquella. Nosotras, nos parimos con tan solo un click.