“Y a tu regreso estaré lejos, entre los versos de algún tango, porque este corazón sincero, murió siendo muñeca de trapo.”
El perro de mi amiga se escapó. Ella teme que acabe debajo de un carro o, peor aun, arrastrao’ por una cuneta. Otras veces cree verlo, casi asfixiado, sujetado por la correa de esta hermosa mujer; que lo pasea por las calles de Isla Verde.
La escucho cómo se lamenta: Tanto años que cuidé de él… No entiendo qué pasó… Por qué se fue… Finalmente lo dio por muerto. Pero rápidamente buscó otro. Ella admite que no puede vivir sin esta clase de animal.
Ahora se queja de que también es callejero; que se le pierde por la noche. Ella lo llama y no responde a su nombre. Y además, se la pasa oliéndole el trasero (por no decir culo) a otras perras. En fin, el animal es sumamente travieso (incluyo un adjetivo demasiado halagador).
Le pregunto si no es el mismo perro con otro collar. Ella me asegura que no: el otro murió, de seguro lo atropellaron, me dice. Pienso que es idéntico. Voy a creer que los perros también tienen siete vidas. Pero igual, no hay que buscarle las cinco patas al gato.